Por intermediación de mi buen amigo y gran vestidor conquense, Guillermo Martínez Ortega, en el año 2015 recibí el encargo de realizar dos diseños diferentes de un mantolín para una donante particular, que quería regalar una pieza de este tipo a la Sagrada Imagen de San Juan Evangelista, de la Real, Ilustre y Venerable Hermandad de Nuestra Señora de la Amargura con San Juan Apóstol, popularmente conocida en Cuenca como “San Juan y la Virgen”. Se da la circunstancia de que el paso que pone esta corporación en la calle cada Miércoles Santo se ha mantenido bastante inamovible estéticamente en las últimas décadas, en especial en lo que a la vestimenta de las imágenes se refiere. No obstante, de unos años a esta parte se han venido observando ciertos cambios que, aunque aún tímidos, han resultado muy positivos en este sentido. En esta línea de renovación se inscribía también la idea de la donante de dotar al ajuar del Apóstol de un mantolín, pieza de la que no dispone, ya que suele vestirse, tanto en la capilla como en el paso, con una capa o capillo.
Puesto que la Hermandad no tiene una personalidad estética claramente definida, y que la voluntad de la donante era introducir un soplo de aire fresco en el estilo del paso procesional, decidí no seguir el estilo de las piezas de bordado que la corporación posee, la mayoría de las cuales salieron de la mano de la bordadora conquense Encarnación Román o se inspiraron en su obra. Por otro lado, hay que decir que la creación de esta bordadora ha sido tradicionalmente asimilada como el “estilo conquense” de bordado en oro, en mi opinión erróneamente, ya que se trata, en realidad, de un estilo sumamente personal. De ahí que las imitaciones que se han tendido a realizar tanto en vida de Encarnación como tras su muerte no hayan terminado de captar completamente su particular concepción del diseño y de la técnica del bordado. Así pues, debía presentar dos alternativas, cada una con un aire completamente diferente, que señalaran dos líneas notablemente dispares y dejaran abiertos, por tanto, dos caminos de cara al futuro por los que poder reconducir la estética del paso de la Amargura.
Por un lado, busqué inspiración en los bordados franceses del siglo XVIII. La elección no es arbitraria, por cuanto con ella se busca remarcar de forma sutil e indirecta la vinculación que la corporación tiene con la Casa Real, a través de la figura de S.M. la Reina, que es Camarera de Honor de las Sagradas Imágenes. Hay que recordar que la dinastía hoy reinante en España, los Borbón, llegaron a nuestro país precisamente en aquella centuria, trayendo consigo nuevas modas, gustos y criterios estéticos que produjeron una importantísima renovación en las artes españolas, acercándolas al refinamiento centroeuropeo y apartándolas de la constante repetición de los moldes barrocos en que seguían ancladas. Las artes decorativas no fueron una excepción en este sentido y, dentro de ellas, el bordado en oro vivió una auténtica revolución que llevó al abandono de las ampulosas formas barrocas, dominadas por la decoración vegetal de gran tamaño y volúmenes considerables. Se instauró un estilo más fino, basado en motivos más suaves y menudos, que es precisamente el que quise emular en mi primera propuesta. Así, también, huía de otros recursos ya bastante manidos, para señalar la vinculación con la realeza, como la inclusión de flores de lis o de escudos de armas en el dibujo.
Por otro lado, opté por abundar en un estilo sumamente utilizado en el mundo cofrade en general, pero bastante minoritario dentro del panorama del bordado conquense, como es el estilo conocido como juanmanuelino, es decir, el que surge de la obra del grandísimo diseñador y bordador sevillano Juan Manuel Rodríguez Ojeda, considerado por muchos, y no sin razón, como el gran ideólogo de la estética cofrade actual. No obstante, basta con adentrarse mínimamente en la vida y obra de este maestro de maestros para darse cuenta de que su creación no fue, ni mucho menos, homogénea, sino que pasó por diferentes etapas creativas. El presente diseño entronca con la segunda de las tres etapas en las que se suele dividir la trayectoria de este autor, con la que alcanzó su plena madurez creativa, y que se caracterizaba por la combinación de elementos procedentes del bordado del siglo XIX, con otros surgidos del estudio y redescubrimiento del bordado del Barroco.
Como regalo para la donante por la confianza depositada en mi persona para este importante encargo, decidí realizar el diseño de una túnica a juego con cada uno de los dos mantolines, como propuesta para que el conjunto pudiera ser completado en el futuro, ya fuera por iniciativa de la misma comitente o de la Hermandad. Las túnicas correspondientes se muestran también en esta entrada, y presentan, lógicamente, la misma filosofía compositiva y el mismo discurso estético que el mantolín al que se asocian. Hay que decir que el proyecto, por diferentes motivos, nunca llegó a llevarse a cabo y todo parece indicar que no se hará. En tales circunstancias, es expreso deseo de la donante que estos diseños permanezcan disponibles para quien pudiera estar interesado en ellos, de modo que quizás, en algún momento, se puedan ver en la calle.