Durante el otoño de 2016 recibí el encargo de realizar el diseño y la ejecución, en la técnica de pintura en tela, del estandarte corporativo de la Hermandad de San Fernando de Cuenca, una corporación gloriosa de reciente creación, promovida e impulsada por un grupo de jóvenes cofrades con mucha ilusión y unas ganas enormes de sortear las carencias, sobre todo de recursos, que siempre plantea la fundación de una nueva hermandad, y más aún si es de Gloria, en una ciudad como Cuenca, cuya devoción se vuelca mucho hacia la Semana Santa, dejando un tanto de lado el resto del año litúrgico. Los miembros de la Junta de Gobierno de la Hermandad me hicieron hincapié en que querían una insignia de calidad, trabajada y con sentido; y que solamente me pedían que no fuera un guión (la forma tradicional de las insignias corporativas en la ciudad) sino un estandarte con una efigie de San Fernando en el centro, y en el que figurase alguna alusión a las dos grandes devociones del Rey Santo: el Santísimo Sacramento y la Purísima Concepción de la Virgen María.
Sobre esas premisas me puse, pues, a trabajar, teniendo especial cuidado en buscar un estilo distintivo para esta insignia, la más importante para esta joven corporación y la que va a sentar las bases del estilo que ésta proyectará en el futuro en su cortejo procesional y sus enseres. Al tratarse de una hermandad radicada en la parte moderna de la ciudad, la Parroquia de San Fernando, centro del barrio del mismo nombre, no había ningún referente estético con el que trabajar. Así mismo, la Sagrada Imagen a la que rinde culto la corporación es una modesta talla y el paso es pequeño y humilde, y no presenta una decoración muy desarrollada, por lo que tampoco cabía la posibilidad de partir de estos elementos para trazar el diseño del estandarte. Había que trabajar desde cero, como se suele decir.
En este sentido, quizás el único elemento que podía determinar la concepción estética de la insignia era la efigie de San Fernando que se quería colocar en el centro de la misma y que, lógicamente, debía determinar la filosofía y el trazado de la ornamentación que se dispondría en torno a ella. La obra elegida para tal fin es una reproducción de la pintura que, a modo de retrato de San Fernando, realizara el gran pintor barroco Bartolomé Esteban Murillo (1617-1682), y que se conserva en la Catedral de Sevilla, probablemente una de las representaciones del santo más conocidas. A partir de esta obra comencé a realizar pruebas y apuntes, en dos direcciones: hacia un estilo neogótico y heráldico, que buscara la época del personaje; y hacia un estilo más barroquizante y tradicional dentro del ámbito cofrade, que quisiera armonizar con la época de la pintura.
Sin embargo, como ocurre frecuentemente en cualquier proceso creativo, las ideas originales no fructifican, y el diseño acaba tomando una forma distinta a la que en principio se le suponía. En este caso, no me convencieron los bocetos que realicé en los estilos antes mencionados, por lo que decidí imprimirle al estandarte un sello distinto, apostando por la inspiración renacentista. Me adentré así en el universo estético de los siglos XV y XVI, una época de esplendor para la ciudad de Cuenca, en la que se realizaron algunas de las obras más majestuosas del conjunto de su Catedral, como sus fantásticas rejerías, o el impresionante Arco de Jamete que da acceso al claustro. Y, además, una época sumamente importante para las artes textiles hispanas y, en concreto, para el bordado en oro, que alcanzó un gran desarrollo gracias a la confección de ricas vestimentas litúrgicas, muchas de las cuales se siguen conservando en las catedrales, iglesias y museos de nuestro país.
Así, basándome en varias casullas conservadas en el Museo Nacional de Artes Decorativas, y en los conocidos ternos “de las calaveras” y “de San Lorenzo” que se conservan en el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, tracé este diseño, que se caracteriza por su clasicismo, sus líneas severas y rectas y su porte regio. Se trata de un estandarte de dos puntas, de grandes dimensiones, con una silueta absolutamente tradicional, de bordes rectos. Se divide en dos partes: el campo, que ocupa la mayor parte de la superficie del estandarte, y es el lugar donde se ubica el óvalo central donde figurará la pintura; y la cornisa, de forma recta, que remata el estandarte en su parte superior y que presentará un pequeño relieve. El diseño del campo presenta, a su vez, dos zonas separadas por un galón: el marco exterior y el interior del estandarte, que rodea y abraza el óvalo central.
El marco exterior presenta una cenefa a modo de grutesco que se repite varias veces, compuesta por una trama geométrica salpicada de pequeños motivos vegetales y nudetes, que remite a los motivos decorativos bordados en aplicación o en la técnica del oro tendido, con poco relieve, en las vestimentas litúrgicas del Renacimiento inicial. Es característico, sobre todo el trazado geométrico que articula la composición, un tipo de elemento que llegó al bordado procedente de las rejerías y los trabajos de forja, y que fue desapareciendo en favor de las decoraciones vegetales profusas a base de acantos conforme se fue avanzando hacia el Barroco. La cenefa se dispone en espejo a ambos lados de unas cartelas que son, alternamente, cuadradas o redondas, y que presentan en su interior motivos heráldicos del Reino de Castilla: las cartelas cuadradas castillos y las cartelas redondas leones rampantes. En ese marco exterior se aprecian cuatro elementos distintivos que rompen esta alternancia de cartelas y grutescos. En el centro del lado superior una cartela con la inscripción “SAN FERNANDO REY”. En las dos puntas del estandarte dos cartelas de formas ovaladas en las que aparecen una custodia en la de la izquierda y una jarra de azucenas en la de la derecha, aludiendo así a las dos grandes devociones de Fernando III que citaba al principio de esta entrada. Finalmente, en el interior del estandarte, donde confluyen las dos puntas, se aprecia un escudo heráldico inscrito en una cartela y rematado con una corona real medieval, en el que figuran las armas de Castilla durante el reinado de San Fernando.
El interior del estandarte está articulado en torno al el óvalo central, en el que ha de figurar la pintura con la efigie del Rey Santo, y que ocupa prácticamente todo el espacio central de esta zona, por lo que solamente deja dos regiones simétricamente dispuesta a ambos lados para disponer la decoración. En estas partes he trazado una ornamentación vegetal de formas sinuosas que presenta todos los rasgos característicos de los bordados del Renacimiento medio y final que vemos, por ejemplo, en los dos ternos escurialenses a los que hacía referencia antes: tallos geométricos con quiebros rectilíneos; roleos muy abultados y recogidos, poco carnosos; hojas de acanto; nudetes; caracolillos y otras formas más singulares como dos cornucopias muy estilizadas y algunas flores de fantasía.
La cornisa es, por su parte, sencilla y elegante. De líneas severas y rectas, presenta en la base un sogueado y, sobre él, una gola decorada con ovas y flores. Encima de ésta una moldura recta da paso a una crestería a base de estilizadas hojas de acanto doradas que recuerdan a las que suelen rematar las coronas reales medievales.
La obra será ejecutada por mí en la técnica de pintura en tela, utilizando tonos dorados sobre damasco de color granate, y rematando la pieza con galones y cordoncillos de diferentes clases. Las labores de pintado comenzarán pasada la inminente Semana Santa y no tienen fecha concreta de finalización.