El pasado año 2019 recibí, por parte del taller de Paula Orfebres, el encargo de realizar el diseño de cuatro nuevos blandones de cultos para la Venerable Archicofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno de Lucena, una corporación histórica, de entre las más señeras y con mayor historia de esta localidad cordobesa, cuyo Titular es una de las Sagradas Imágenes más veneradas de toda la Semana Santa lucentina. Así pues, se trataba de crear unas piezas muy importantes dentro del ajuar litúrgico de esta cofradía, que pudieran ocupar una posición relevante en cualquier montaje de priostía destinado a realzar a la portentosa imagen tardogótica del Nazareno durante los solemnes cultos en su honor, pero que también pudieran servir, en un momento dado, para exornar el baldaquino en el que ordinariamente se le rinde culto. En este sentido, era especialmente importante para mí aportar a la traza de estos candelabros, aparte de una personalidad propia, la elegancia y distinción que, desde mi punto de vista, debe ser la seña de identidad de una Hermandad histórica, como la comitente. Pero, al mismo tiempo, quería que los blandones quedasen perfectamente integrados con el entorno arquitectónico y cultual en el que van a figurar, de modo que estuviesen en sintonía con la Capilla de Nuestro Padre Jesús Nazareno, interesante obra arquitectónica levantada en estilo neoclásico en 1758, y cuyas trazas se deben a Vicente del Castillo y Andrés Cordón.
Por todo ello, decidí dotar a los blandones de un aspecto clásico, partiendo de la platería cordobesa dieciochesca, pero atemperando el aire rococó de muchos de sus elementos ornamentales típicos y acercando, por tanto, la estética de las piezas a ese aire neoclásico que predomina en el contexto arquitectónico que van a tener las piezas. No obstante, se deja sentir en algunos de los elementos del diseño la huella de Damián de Castro (1716-1793), gran platero cordobés al que hoy se considera el orfebre más importante de la segunda mitad del siglo XVIII español, tanto por su exquisito arte como por su prolífica y variopinta producción. A este gran artista del metal se le ha asociado recurrentemente con la introducción en la platería hispana de los repertorios decorativos del barroco francés, especialmente la rocalla, que fue predominante en sus obras a partir de 1765; pero hay en su heterogénea creación muchas piezas que se alejan de este estilo y muestran influjos, por ejemplo, del gran barroco italiano, de marcado aire clasicista y mucho más desornamentado, como por ejemplo la espectacular arqueta eucarística que realizara en 1761para la Catedral de Córdoba. Precisamente es de esta variedad dentro de su obra, más cercana a los postulados neoclásicos, pero con muchos ingredientes todavía del pleno barroco, es de donde más inspiración he recibido.
Así, sobre esta base, he dibujado unos blandones en los que hay un equilibrado y fructífero diálogo entre el barroquismo de sus sinuosos perfiles y ciertos detalles de su arquitectura, como la alternancia de piezas curvas y prismáticas, y el clasicismo que se puede apreciar, principalmente, en la moderación de la ornamentación, que deja libres amplios espacios para que se aprecien los brillos de la plata sin repujar y busca formas limpias y comedidas, huyendo así del abigarramiento propio, por ejemplo, de la rocalla. Como resultado, las piezas muestran un aire elegante y mesurado que se acomoda, perfectamente, al estilo y la estética de la Capilla de Nuestro Padre Jesús Nazareno, con la que han de armonizar. Los pies o bases de los blandones, de perfiles mixtilíneos, aparecen levantados sobre unas vistosas patas en forma de hojas de acanto que se recogen en roleos, lo que les da un aspecto muy airoso y dinámico. Cada una de las caras de los mismos presenta en el centro una cartela mixtilínea donde figura el escudo de la Archicofradía y está rematada por un frontón partido en cuyo centro se descuelga una concha venera. Sobre estos pies se eleva una caña muy esbelta, en la que se alternan, como es habitual, molduras cóncavas y convexas, pero todas ellas bastante poco desarrolladas en anchura, para no romper la silueta del candelabro, que quiere ser muy vertical. En la parte inferior de la caña aparece una abultada perilla con tornapuntas marcando la separación de las caras y flanqueando, en cada una de ellas, la cabeza de un querubín. Sobre ella se dispone, tras un estrechamiento, una amplia sección prismática decorada con acantos y rematada por dos roleos de piñones, que funcionan como cornisamento. Rematando la caña un clásico nudete de hojas de acanto nos conduce al plato, que, en vez de presentar una composición de enrevesadas formas y profusa decoración, muestra una decoración, clásica pero muy animada, de gallones, escamas e hileras de perlas.